poseía la apostura y la caballerosidad tanto para encarnar tiernos y melancólicos galanes como para insertarse en la piel de villanos de dura mirada y de violentos designios. Su voz, de hondo dramatismo, unida a esa natural forma de actuación, le permitieron también transitar por personajes de la dramaturgia clásica en el teatro o para enamorar a tiernas adolescentes en la época de oro de nuestra cinematografía en tanto que, convertido en uno de los pioneros de la televisión, paseó por la pantalla chica su talento, que desconocía géneros y desdeñaba lo trivial para demostrar que para él la palabra actor presuponía pasión constante y estudio permanente.
Había nacido como José Rafael Cibrián en Buenos Aires el 25 de febrero de 1916, durante una de las giras de sus padres –los actores españoles Benito Cibrián y Pepita Meliá– por América. Sus primeros estudios los realizó en España y a los 19 años, atraído por la magia de la profesión de sus progenitores, se dedicó al teatro y abandonó su carrera de ingeniería. Sus primeros papeles ya lo foguearon en lo que luego sería su profesión hasta que, en 1939, al concluir la Guerra Civil Española, emigró a México con su familia.
Allí desplegó una intensa actividad desde el momento en que le tocó interpretar a Jesús en una representación de la Pasión, con motivo de celebrarse la Semana Santa. La repercusión obtenida por este trabajo hizo que el espectáculo se prolongase durante seis meses, y cuando se decidió su traslación al cine fue elegido para encarnar al mismo personaje en “Jesús de Nazareth”, con la dirección de José Días Morales. Corría 1942 y José Cibrián ya se estaba ubicando como un galán destacado en el séptimo arte mexicano. Formó pareja con importantes actrices aztecas, entre ellas María Félix en “La monja alférez”, de Emilio Gómez Muriel (1944); Charito Granados en “El secreto de la solterona”, de Miguel M. Delgado; Susana Guizar en "Más allá del amor", de Adolfo Fernández Bustamante, ambas de 1944; Mapy Cortés en "La hija del regimiento", de Jaime Salvador, rodada ese mismo año; Leonora Amar en "El desquite", de Roberto Ratti (1945), y con Mapy Cortés en "La hija del regimiento", de Jaime Salvador (1944), "Los maridos engañan de 7 a 9" y "No te cases con mi mujer" (1946), ambas de Fernando Cortés.
En 1945, y también en México, acompañó a la argentina Amanda Ledesma en "Soltera y con gemelos", con la conducción de Jaime Salvador, y a Ana María Lynch en "El puente del castillo", de Miguel M. Delgado. Un año después protagonizó "Como tú ninguna", rodada en Cuba. Su filmografía mexicana se completa con "Santa", de Norman Foster; "El hombre de la máscara de hierro", de Marco Aurelio Galindo; "El globo de Cantolla" y "Así son ellas", ambas realizadas por Gilberto Martínez Solares; "Tribunal de justicia", de Alejandro Galindo; "La trepadora", de Martínez Solares; "Su gran ilusión", de Mauricio Magdaleno, y "La mujer que quería a dos", de Víctor Urruchúa.
Con Ana María Campoy, con quien Cibrián se casó en Guatemala en 1947, inició una amplia gira teatral por diversos países de América latina; el matrimonio llegó a Buenos Aires el 15 de diciembre de 1949. Desde entonces José Cibrián -ya Pepe para su entorno familiar y para sus admiradores- desarrolló su carrera en nuestro país, con una sola excepción: en 1972 volvió a México invitado por la actriz María Rivas para representar "El príncipe y la corista", de Terence Rattigan, y en el escenario del teatro Manolo Fábregas puso en escena "Noches de angustia", con Amparo Rivelles y Marty Cosens.
Presencia en la escena
Desde su presentación teatral argentina, en 1950, con "Una página en blanco", de Enrique Suárez de Deza, y "¡Cómo besa este hombre!", de Tristán Bernard, el actor intervino en más de un centenar de comedias tanto como actor como director y a veces en ambas funciones. La mayoría de las temporadas lo acompañó Ana María Campoy, y a estas piezas se les sumaron títulos tan emblemáticos como "Agua en las manos", de Pedro E. Pico; "La tercera palabra", de Alejandro Casona; "Mi bella dama", de Alan Jay Lerner y Frederick Loewe; "La novicia rebelde", de Rodgers y Hammerstein; "Desnudar al desnudo", de Otilia de Ferrandiz; "¡`Sí, quiero!", de Alfonso Paso; "Oro y paja", de Barillet y Gredy; "Anillos para una dama", de Antonio Gala; "Cena íntima para tres", de Ives Chatelain, y "Ocho preguntas a un monarca", de Alfonso Paso.
Durante casi treinta años el nombre de José Cibrián ocupó las marquesinas de los teatros porteños y de infinidad de escenarios del interior. El cine, en tanto, no estaba ajeno a ese intérprete que unía un enorme talento tanto para el drama como para la comedia y una avasalladora popularidad.
Cuatros films de 1951 marcaron su incorporación a nuestra pantalla grande: "El extraño caso del hombre y la bestia", de Mario Soffici; "Escándalo nocturno", de Juan Carlos Thorry; "Los árboles mueren de pie", de Carlos Schlieper, y "El pendiente", de León Klimovsky. En 1955, y luego de una tregua frente a las cámaras, retornó al cine con "La noche de Venus", de Virgilio Muguerza. A ella le siguieron "Cubitos de hielo"; "Enigma de mujer", donde hizo pareja con la española Ana Mariscal; "La hermosa mentira", con Lolita Torres; "Reportaje en el infierno"; "La patota", "La cigarra no es un bicho", "Extraña ternura" (estas tres últimas dirigidas por Daniel Tinayre), film que descubrió el talento interpretativo de Egle Martin; "Con el más puro amor", "Los debutantes en el amor", "Pájaro loco" y "Gran valor en la Facultad de Medicina", que rodó en 1981 y constituyó el último título de su filmografía.
A lo largo de más de cuatro décadas de actuación tanto en el teatro como en el cine y en la televisión (ver recuadro), que consolidó su carrera artística, José Cibrián se constituyó en un nombre insustituible del espec- táculo argentino.
Un nombre que sembró amigos y cosechó cariño. Un nombre, en fin, que resumió el talento de componer con sólo un gesto o una mirada una heterogénea gama de personajes que ya son, hoy, todo un emblema de maestría y de desbordante pasión por el arte.