miércoles, 19 de enero de 2011

DARIO VITTORI “Para la historia seré un tano laburador”


El cómico había nacido el 14 de setiembre de 1921 en Motecelio (a 15 kilómetros de Roma), bajo el nombre de Melito Dario Espartaco Margozzi. Llegó como un buscavidas a la Argentina y terminó casado con Pierina, que era una de sus compañeras de andanzas y aventuras teatrales. El matrimonio duró 55 años y les dio tres hijas, ocho nietos y dos bisnietos.
Si hubiese muerto en escena, como estuvo a punto de ocurrir, Vittori hubiese estado cerca de sus deseos más íntimos. “Si algo le pido a Dios es que cuando llegue mi hora, me lleven de un escenario a la Chacarita”, dijo en una entrevista del año pasado. El público porteño lo vio por última vez a comienzos del 2000 en el Teatro Regina donde protagonizó junto a Pepe Monje la obra El último ángel, de Bill Davis, con dirección de Manuel González Gil. “Para mí es un desafío –declaró entonces– porque la gente está acostumbrada a reírse conmigo y se va a llevar una sorpresa. Con el cura que voy a hacer en el espectáculo sé que cambio calidad por cantidad, porque haciendo una comedia semanal como hice en televisión durante 25 años no hay tiempo para madurar nada. Allí sólo vale el oficio.”
Vittori tenía un largo oficio, y algunos admiradores impensados, como la actriz China Zorrilla, que ayer lo consideró un maestro del oficio. El Tano debutó profesionalmente con la obra Betina junto a Eva Franco, en el desaparecido Teatro Montevideo. Pero anteriormente había trabajado durante 22 años en conjuntos vocacionales italianos y en el período 1941-1944 se había volcado a la opereta, interpretando durante esa etapa más de 600 obras. A partir de 1963, la televisión le dio una popularidad que siempre lo impresionó. A lo largo de tres décadas, presentó 8000 piezas en diversos ciclos, en su mayoría de autores nacionales que no ingresarán a la historia de la dramaturgia.
Esos 25 años de los que hablaba fueron los que duró, con mínimas interrupciones, el programa “El teatro de Dario Vittori”, que presentaba una comedia por semana, cada domingo en horario nocturno. El actor estaba convencido de que “la gente tenía que terminar el día riéndose para poder levantarse el lunes con el mejor humor posible”. Sin embargo, en los últimos años ya no fue convocado para trabajar en televisión, lo que solía sulfurarlo. “Ahora hay mucho gracioso de cumpleaños, no hay lugar para los actores cómicos. Esta televisión no es para mí”, afirmó al respecto en una entrevista con Página/12. Vittori se indignaba, a veces, viendo a los cómicos que presentaban los programas de Marcelo Tinelli y decía que la mayoría de los que cuentan cuentos por televisión hoy son "cómicos de cuarta".
Del extenso repertorio que presentó en teatros, a los que inevitablemente acudían espectadores que lo conocían por televisión, sus obras favoritas eran Dios salve a Escocia y La Mandrágora. En los últimos años, Vittori había invertido 70.000 dólares en un camión con el que realizaba giras buscando generar plazas de trabajo. En esas giras se formaba una caravana con los actores, que viajaban en una combi, precedidos por un camión que transportaba la escenografía. “Apenas entramos a los pueblos se movilizaba toda la gente para recibirnos como ocurría con los antiguos cómicos de la legua”, solía repetir a sus amigos y familiares,entusiasmado. Vittori se jactaba de pertenecer a una raza de actores que no suspenden la función “aunque sólo haya diez entradas vendidas”.
El derrame cerebral que motivó su internación en el Sanatorio Mitre y una posterior operación, de la que nunca terminó de reponerse, reveló brutalmente a su familia de que los achaques de que se quejaba, sobre todo cuando estaba lejos del escenario, tenían sus fundamentos. Los restos del actor fueron velados ayer durante todo el día, y recibirán sepultura hoy a las 9.30, en el cementerio privado Jardín de Paz. No sería de extrañar que en un lapso más o menos breve algún canal repusiera aquellos programas de un humor que hoy, quizá, parezca hasta inocente, en sus juegos de dobles sentidos, en sus “malas palabras” como máximo efecto gracioso.

Un experto en el arte de hacer reír
Jorge Luz: “Nunca trabajé con Darío pero teníamos una cierta amistad por transitar por los mismos canales. Era un hombre muy italiano, en el sentido de invitar a su casa. El quería estar con gente ‘de la cosa’ a la que agasajaba dándole de comer ya que le gustaba cocinar y lo hacía muy bien. Era un muy buen actor a la hora de componer personajes. Comercialmente hacía una comedia ligera y rápida en la que no había que pensar mucho. Pero también era capaz de conmover haciendo otro tipo de teatro, menos comercial, como lo demostró en las obras Madrágora y Dios salve a Escocia”.

Irma Córdoba: “Trabajé con Vittori en un par de oportunidades (compartiendo elenco en una ocasión y dirigida por él en otra) y siempre me cayó bien su actitud. Era un hombre que se preocupaba mucho por su actuación y por el trabajo de actor, por cosas que tienen que ver ante todo con la profesión que uno ama. Además de haber desarrollado una intensa actividad personal, quisiera subrayar que también se encargó de dar trabajo a mucha gente. Y que muchas veces lo hizo privilegiando a quienes no lo tenían”.

Jorge Barreiro: “Yo tuve el honor de trabajar con él. Hoy me gustaría evocarlo como un gran tipo, un gran luchador, un gran trabajador y, además de todo eso, un actor muy bueno. Era, en este oficio difícil, un tipo que hacía de todo: organizaba giras grandísimas, manejaba él mismo la camioneta, llevaba los muebles y ponía el hombro para que todo saliera bien. Lo vamos a extrañar”.

Amelia Bence: “Aunque nunca pude actuar con él, lo que me hubiese gustado, lo admiraba como actor. Tenía, yo diría, una enorme personalidad, muy expansiva, y una notable capacidad histriónica, bien en la veta italiana”.

China Zorrilla: “Acá a veces hay una tendencia medio nefasta a considerar que los cómicos son actores menores. Yo me divertí mucho viendo a Darío por televisión, y en un punto me parece que sería hora de que todos nos demos cuenta de que no hay nada más difícil para un actor que hacer reír”.

Darío Lopérfido: “Quisiera hacer llegar mis condolencias a la familia, ante todo. Fue un hacedor de relevantes éxitos en cine, teatro y televisión, que lo ubicaron como uno de los actores de comedia más identificados con el gusto popular”.

ELIAS ALIPPI Revista Antena Nº27 de noviembre de 1941


Un artículo que leemos en un viejo ejemplar de Antena nos reporta noticias sobre Elías Isaac Alippi (1883-1942), a quien hoy se lo recuerda fundamentalmente como actor, pero que también fuera autor, director y empresario. Vinculado desde muy temprano con el tango, fue también autor de algunos y, según varios testimonios, llegó a ser uno de los mejores bailarines de su tiempo.

Revista Antena Nº 27 de noviembre de 1941 – Página 28, sección “Cine al día”. Artículo sin firma. “Elías Alippi se encuentra enfermo”. Una enfermedad, que si bien no reviste suma gravedad, es probable que obligue a efectuar un cambio en el elenco de la primera película de Artistas Argentinos Asociados. Elías Alippi, una de las columnas de esta novel y simpática entidad deberá guardar cama por una temporada lo que le impedirá, posiblemente, animar el rol que se le había asignado en la película “La guerra gaucha”, la extraordinaria obra de Leopoldo Lugones que ha sido adaptada convenientemente por Ulises Petit de Murat y H. Manzi. Es lamentable esta forzosa deserción por muchos motivos. Sobre todo en tre [sic] sus compañeros de trabajo ya que es bien sabido que entre Enrique Muiño, Ángel Magaña, Francisco Petrone y Elías Alippi más que un contrato de sociedad los une una verdadera amistad. También por otra parte les va a resultar muy difícil encontrar un reemplazante digno de la categoría de ese gran actor. Pero lo primordial, por ahora, es que Elías Alippi se reponga debidamente y entonces, para la segunda película de A. A. A., verlos a toods [sic] reunidos con el optimismo y la alegría que animan todos sus actos.

Esta noticia de Antena intentaba ser optimista hacia un personaje muy querido por el público y por los colegas como lo era Alippi. Pero lo cierto es que tan gravemente enfermo estaba que la recién creada empresa Artistas Argentinos Asociados, de la que Alippi era socio, debió modificar sus proyectos, lanzando como primera producción una película en donde este actor no tuviese cabida. Por ello, se rodó primero “El viejo hucha” (dir.: Lucas Demare), basándose en la obra teatral de Darthés y Damel.

El 3 de mayo de 1942, menos de seis meses después que apareciera esta nota, Elías Alippi falleció. Recién entonces se realiza “La guerra gaucha” (dir.: Lucas Demare), que se estrena en el cine Ambassador el 20 de noviembre.

martes, 4 de enero de 2011

Juan Carlos Altavista: el genial observador



Atravesando callecitas empedradas, en una plazoleta a pasos del andén de la estación Borges del Tren de la Costa, en el barrio de Olivos, su imagen continúa intacta. Con su sombrero inclinado y su cara bonachona, aún resuenan las frases de un personaje bien argentino. "Cuando salís a la calle –solía decir- sos de la gente…" Y, quizás sin imaginárselo, logró ser parte de ella gracias al monolito que se alzó allí en su honor. Fue el 20 de julio de 1994, que la Municipalidad de Vicente López decidió inmortalizarlo: "A Juan Carlos Altavista, inolvidable vecino y amigo de esta ciudad."

El monumento lo recuerda con su estampa de Minguito Tinguitela. Y quienes lo conocieron aseguran que su bondad y humildad las llevaba dentro y fuera del escenario. Sin embargo, todavía no se sabe si Juan Carlos hizo famoso a Mingo o fue el mismo personaje el disparador de una gran carrera actoral.

Altavista incursionó como actor a los 16 años. Fue en ese tiempo, que compuso su primer papel en la pantalla grande. A lo largo de su profesión, filmó sesenta películas. Pero fueron sus apariciones en la televisión las que lo llevaron a escalar a la cima del éxito. Los hermanos Sofovich, Gerardo y Hugo, le abrieron las puertas del ciclo "Operación Ja Ja", que se emitía por canal 11. No obstante, ocupar una silla en el histórico programa televisivo "Polémica en el bar" fue el súmmum para él. Quienes vivieron en esa época, difícilmente puedan olvidar su participación en aquella mesa redonda (que aún hoy existe), en donde Minguito reflejaba la imagen de un tipo de barrio, que hacía brillar al humor sano y al retruque ingenioso.

Ese personaje había nacido de la mano de Juan Carlos Chiappe, para la radio, en momentos donde reinaban los radioteatros. Tras el fallecimiento del autor de Mingo, el escritor y periodista Roberto Peregrino Salcedo, tomó la posta y, durante diecisiete años, fue libretista del actor.

Pero más allá de los libretos, la espontaneidad que poseía era única. Altavista fue ante todo, un gran observador. En las calles de su país prestaba atención a los gestos y costumbrismos de los vecinos. Luego, copiaba algunos, inventaba otros. Sus últimos tiempos los pasó en Olivos. Allí, observaba a la gente. A esa misma gente que hoy lo recuerda por esas callecitas empedradas y, por lo bajo, lo saluda como él habitualmente lo hacía: "¿qué hacé tri tri?"

Altavista, paradójicamente, se fue un día del amigo. El 20 de julio de 1989. Y, desde ese momento, siempre hay alguien que se identifica con su personaje. Millones de papelitos en los bolsillos, el clásico escarbadientes, las pantuflas a cuadros, una camisa fuera del pantalón, que dejaba escapar un cinturón, o la confusión al pronunciar un nombre extranjero…

- "Esa película donde trabaja Mike Coquito"

- "¡Michael Keaton, mamá! Parecés Minguito…"