sábado, 25 de diciembre de 2010

Pongan los fideos que llegaron los Campanelli




Los Campanelli aparecieron en la pantalla en el año 1969, en canal 13, y en 1970 pasó a Telefé, hasta el 74. Eran transgresores aunque representaban una de las entidades más notables de la Argentina: la familia.
Se emitía todos los domingos al mediodía y fue la tira pionera, y curiosamente la que dejó la huella más profunda en el formato familiar. Era una familia típica de clase media que se reunía a comer los tallarines amasados por la "vieja"

La dirección estaba a cargo de Héctor Masselli y el libreto pertenecía a Juan Carlos Mesa, Jorge y Carlos Basurto y Oscar Viale, en tanto que la música era autoría de Horacio Malvicino (o Alain Debray)
La familia estaba compuesta por los padres, Adolfo Linvel y Menchu Quesada (don Carmelo y doña Lucía), completando el cuadro sus hijos y yernos.
Allí estaban Osvaldo Canónico (heredero del negocio familiar de servicio atmosférico, casado con Gloria Montes, dos gritones totales), Dorita Burgos (esposa del funebrero Alberto Anchart, "El tumba"), Zulma Grey (casada con Tino Pascali, un temeroso empleado público), María Cristina Laurenz (amada mujer de Carlos Scazziotta, sodero y fanático de Boca), Santiago Bal (solterón, mujeriego y jugador empedernido, vago total) y Tito Mendoza (músico baterista).
Para que nada falte se agregaba la muchacha de la casa, Flora (Edda Díaz, un aparato de aquellos) y todo tipo de visitantes alternativos, incluido un vecino "Gallego" que se peleaba con el tano dueño de casa.
Luego de algunos capítulos ingresaría "como el hijo que llegaba de Estados Unidos": Claudio García Satur, quien se incorporaría con su esposa en la ficción, Alejandra Kliment, una rubia muy bonita perteneciente a la alta aristocracia porteña.

"Los Campanelli" representaron durante esa especial etapa de la vida argentina a un clásico de los domingos, algo de lo que todos hablaban y donde nadie quedaba al margen. Todos conocían a sus personajes y repetían sus latiguillos como una marca registrada.

Cuando Santiaguito llegaba de madrugaba a la casa, y eludía con cancha y verso los retos de su padre, el viejo Campanelli tenía una frase especial: "es un ángelo, no vola perque es pichón!".

Como toda familia tuvo sus cosas. Sus personajes eran identificados por la calle como verdaderos y pese a que muchos eran actores de primera línea les costaba despegarse de representaciones domingueras. Adolfo Linvel (que en esta época tenía 58 años, aunque parecía de mucho más) había empezado su carrera en 1933 y recién con ese programa llegaba a la fama, lejos de las tablas que lo habían formado.
Supieron hacer dos películas. En el 71, El verano de los Campanelli, y, en el 72, El pic nic de los Campanelli. .

"No hay nada más lindo que la familia unita ", sentenciaba con itálico acento don Carmelo, el líder de Los Campanelli en los años 70, tiempos de la televisión en blanco y negro. "La familia es lo primero", rezaba a coro dos décadas después toda la familia Benvenuto, uno de los puntales de la batalla por el rating que los canales comenzaron a sostener en los años 90.

Todos los domingos, y durante varias temporadas bendecidas por generosas mediciones de audiencia, "Los Campanelli" primero y "Los Benvenuto" más tarde culminaban sus episodios televisivos sentados en torno de una larga mesa servida con pastas. Como señala el libro "Estamos en el aire", de Pablo Sirvén, Silvia Itkin y Carlos Ulanovsky, son programas de ficción en los que se almuerza de verdad, abriendo una práctica rápidamente imitada por muchísimos televidentes.

Esta fórmula televisiva busca ahora su continuidad con "Los Iturralde". Como sus dos antecesores, "Los Iturralde" también se hará en vivo, seguramente con el propósito de lograr, a través de la espontaneidad de las situaciones y no poco espacio para que los actores improvisen sobre la marcha, una natural identificación con el público.

En segundo lugar, a propósito del público, esta clase de programas fueron y siguen pensados, como también señala "Estamos en el aire", a "tener impacto en el gran público". Son banderas de una televisión de gran repercusión popular y efecto inmediato en audiencias masivas, con temáticas que por lo general hablan de ellas y con su propio lenguaje.

Tercero, y en favor del vivo de la transmisión, "Los Campanelli" y "Los Benvenuto" siempre aprovecharon los temas de actualidad como fuente para algunas escenas de cada programa y, por lo que se intuye, también "Los Iturralde" seguirá esta práctica. En el caso de "Los Benvenuto", Guillermo Francella se reunía con un grupo de veteranos cómicos en un bar para comentar los hechos más importantes del momento.

Mostraba situaciones cómico-dramáticas de una típica familia extensa argentina de clase media (con hijos en ascenso social) cuyo patriarca era de descendencia italiana que se reunía cada domingo a comer ravioles (la típica raviolada dominical argentina) o sino el también típico dominical asado o , si no los tallarines caseros "hechos por la nona (abuela)"; aunque el patriarca era evidentemente un "tano"" (italiano o inmediato descendiente de italianos) su esposa parecía ser acaso criolla o de orígenes quizás españoles aunque habituada por la intimidad y el amor a preparar pastas; los hijos, hijos o hijas políticos y políticas (hijo o hija político/a es el pariente que un padre tiene como yerno o como nuera) los hijos de los hijos es decir los nietos y bisnietos etc y sobrinos de este matrimonio (era común en la primera mitad del siglo XX que cada matrimonio tuviera muchos hijos siguiendo el refrán "todo hijo trae un pan bajo el brazo", pese a que en la ciudad de Buenos Aires ya a inicios de siglo XX hubo una especie de maltusianismo generalmente no consciente debido a la búsqueda de ascenso social que privilegiaba un "hijo dotor" - un hijo diplomado universitario en una "carrera" lucrativa y prestigiosa en lugar de varios hijos "pobres") así en Los Campanelli los hijos estaban casados (tal como era bastante frecuente en la realidad) casi siempre con argentinas o argentinos de otros orígenes. Aunque era sintomático que la familia Campanelli pareciera concluir en hijos e hijas jóvenes, unos ya casados y otros con propensión a la soltería y a cierta propensión a la promiscuidad (presentada como picardía, estos eran los personajes actuados por Santiago Bal -que parecía reproducir a un Isidoro Cañones- y por Liliana Caldini que era la bella joven de veinte años recién cumplidos que siempre estaba inocentemente ubicada en situaciones sexuales algo comprometidas, ambos muy jóvenes -hijo e hija- abusaban de la confianza del padre al relatarle sus andanzas en una jerga contemporánea desconocida por el padre y que engañaba al padre anciano que suponía entender las trapizondas "explicadas" por estos hijos creyéndolas buenas e inocentes acciones, por ejemplo ante el vivillo hijo menor el padre inocentemente creyendo que le habían relatado una buena acción le respondía en cocoliche: "¡É un anyelo, non vuola per que é picchione!"" es decir: "¡es un ángel, no vuela porque es pichón!" ) y sin embargo algo es muy sintomático: que en esa familia de clase media no aparecieran niños o niñas que indicaran la proyección exitosa de esta familia extensa en más nuevas generaciones.

Cada unitario de la serie semanal (que poseía un enorme rating) poseía el esquema de una pareja patriarcal matriarcal ya prácticamente anciana de padres que congregaba mediante el amor a sus hijos e hijas (sanguíneos o políticos), sin embargo entre estos hijos (esta segunda generación de argentinos Campanelli) se producían rivalidades: comenzando por la rivalidad en la búsqueda de quiénes eran los preferidos por los padres; seguida por la rivalidad de quiénes habrían alcanzado mayor "status" -lo de mayor "status" se suponían los preferidos por los padres y lo hacían notar desdeñando a los de "menor status"-, esto llevaba a que la reunión familiar que se iniciaba con cortesías forzadas entre los parientes de la segunda generación paulatinamente, mientras se esperaban los ravioles o los tallarines hechos a mano por la madre, comenzaran a disputar por nimiedades, malos entendidos o por el éxito logrado en la sociedad.

Esta "eterna batalla familiar" terminaba a la hora del almuerzo cuando Don Carmelo, el patriarca familiar proclamaba con fuerte acento italo-argentino (cocoliche): "¡Basta! ¡non quiero oire ni el volido de una mosca!", luego cuando los comensales en la gran mesa se calmaban el mismo patriarca estimulado por la matriarca se expresaba alegre y casi nostálgico, abrazando a su esposa en la cabecera de la mesa decía sonriente: "¡Qué lindos son los domingos!...¡No hay nada más lindo que la familia unita!". (Esto se supone era dicho con convicción por el personaje actuado -"Don Carmelo"- pero dado que se trataba del guión de una ficción parece notarse una especie de sarcasmo por parte de los guionistas que se expresaban en tales dulces frases).

No faltaba un cierto autoritarismo de parte del patriarca (y solapadamente, de la dulce matriarca) sin embargo el conflicto era solucionado de un modo persuasivo, apelando siempre al cariño, el consenso dado por el sentido común (aunque el sentido común puede ser falaz), a la solidaridad mutual y a la sabiduría de los ancianos, es decir de un modo bastante bajtiniano (aunque los autores de esta serie quizás nunca hubieran leído a Bajtin).

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